sábado, mayo 13, 2006

El morador de los nexos


El gran caserón de madera siempre andaba quejándose; notabas su voz húmeda y lúgubre desde los cimientos. Los tres pisos, conformados por tablones de pino, hacía ya tiempo que se habían combado. Pero nunca cesaron de crujir. Esos lamentos ásperos, granulados y afilados como el serrín y la astilla, que quieren pertenecer a ambos segmentos en la madera quebrada, abrumaban mis días de contemplación. Una noche la casa me habló en una sola vez, con toda la sinergia de la carcoma y la humedad; cimientos, tablones, cristales, tejas, puertas, dinteles: "He quedado atrapado entre este mundo y la miríada que son los otros. Soy una casa, pero también un hombre, y un perro, y un terodáctilo, y un color que no has intuido, y una escala musical que nadie ejecutó y mucho menos escuchó. Ayúdame, no sé como devenir otro. He quedado atrapado en esta entidad, soy un morador de los nexos." Permanecí aturdido durante horas, mientras la vivienda me dictaba incesante la misma salmodia. Intenté recordar eso que me enseñaron en el seminario sobre el problema de devenir lo que ya está en potencia. Si la realidad ya ha sido pensada por alguna mente, entonces solo podemos esperar a que los pensamientos de ésta pasen de la potencia al acto en la existencia. Mi casa había, tal vez, había agotado todas las posibles existencias que aquella mente pensó. ¿Sería esa la explicación del parón en su devenir?. "Intenta no ser nada", le dije. "Puedo ayudarte a desaparecer, solo tengo que quemarte desde los cimientos, incluso podría arreglármelas para hacerte explosionar con un poco de goma dos" Llevo ya varios días notando que yo también devengo otras cosas, y aún no me he atrevido a obliterar mi caserío. Comienzo a notar que tal vez yo también formo parte de esta vivienda, y que mis huesos están a merced de las termitas y los hongos; siento incluso como mis caderas han hecho andar durante unas horas a un anciano rumano de noventa y seis años en el asilo situado junto al río Pantalemón. Soy ya casa, fractal, poema de un autor del siglo cuarto antes de cristo, y el corazón de un labrador medieval. Así que, antes de terminar totalmente inconsistente, devenido en piedra o vaya usted a saber qué, aquí me tienen dispuesto a mandarme, mandarnos, o mandarte a esa nada que pertenece al ser, con la ropa empapada en gasolina y la caldera del sótano a punto de estallar.

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