sábado, mayo 13, 2006

Carta a los otros


Alguien debería hacer el esfuerzo, por todos nosotros, de confecionar una hermenéutica del amor; y no seré yo. Qué difícil poner en suspensión de juicio este caprichoso sentimiento que va y viene a placer, recorriendo los rápidos y rompientes de nuestro sistema nervioso. Quién diría que el beso que una vez era pasión, y que amenazaba con estar presente para siempre, acabaría conteniéndose para denotar amistad. Difícil pasar de un momento a otro, "del mundo de la desnudez al otro". Supongo que es cuestión de esforzarnos para dejar presentarse al amado como algo en sí; superar la alteridad para alcanzar alguna intuición de la cosa esa que sea y que demanda su propio acontecer. Asombra, tras los años, descubrir que el amado es un laberinto repleto de pasillos oscuros y tonalidades diferentes a la acostumbrada luz blanca del entendimiento. Entonces nos damos cuenta de que hemos ejercido demasiada violencia contra nuestro objeto de deseo, relegándolo a una mera representación, un constructo bien acomodado a las carencias. ¿Podremos amar lo suficiente para soportar a este alienígena, aquel octavo pasajero, el que siempre está en un "país desconocido"? Algún romántico post-ilustrado pensó el devenir del mundo como el amor, la identidad de la identidad de la diferencia; una hermosa manera de mantener el objeto amado en el sujeto amante. Nada más lejos, siempre serás el otro...

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